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El día que mi abuela se escapó



Según yo, mi abuela era fan de Pedro Infante y Agustín Lara. No de Houdini. Y aún así, un día se escapó.


Hace un par de días compartí en mi canal de YouTube un video sobre mi abuelita Chela, quien desde hace poco más de un año, sufre los estragos de tener demencia.

No es alzheimer pero se parece. Ella olvida muchas cosas, confunde otras, y día con día se ve más imposibilitada para hacer actividades comunes.

Realmente era algo que, como familia, no nos sorprendió. Su madre, mi bisabuela, sufrió lo mismo, y las primeras señales de que ella perdería sus facultades mentales fue hace un par de años cuando, en cualquier conversación de 10 minutos o menos, repetía la misma pregunta como 2 o 3 veces.

Su deterioro avanzó de manera lenta pero segura, hasta que a inicios del 2019 tuvo un drástico aceleramiento cuando empezó a acusar a mi abuelo, su esposo, de robarle cosas y ocultarte sus objetos de uso personal, cosa que es totalmente falsa. Actualmente, si le preguntas en qué año estamos, a veces dirá 2005, otras dirá que 2017, y en otras ocasiones probablemente conteste que es 2000.

Sin embargo hay un día que se quedó muy grabado en mi memoria, que fue la primera vez que ella se escapó.

Resulta que, no sé por qué, mi abuelita Chela tuvo cierta obsesión con la ropa por un par de meses. Un día llegaba y decía que mi abuelo le había robado una blusa. Al día siguiente, que la señora que ayuda a hacer el aseo en su casa, se llevó unos pantalones. Luego, no decía nada relacionado a eso, y 24 horas después volvía a acusar a mi abuelo de haberle escondido ropa interior.

Total, que de pronto, empezó a decir que había dejado ropa con una señora que vive cerca para que "se la arreglara". Esta versión cambiaba todos los días. En Lunes decía que la había llevado a planchar a solo unas cuadras de la casa. El Martes dijo que la había llevado al centro de convivencia (lugar para personas de tercera edad donde hacían diversas actividades y ella tenía años sin ir) y que la había olvidado ahí. El Miércoles decía que la había dejado en casa de las monjitas con las que se reunía, y el Jueves que la había mandado a arreglar cerca de casa de un tío.

Siendo mi abuela tan necia, no la podíamos convencer de que esa historia era falsa, solo una creación de su mente que confunde recuerdos con deseos e ideas vagas. Además, cualquier cosa que le dijéramos para calmarla, la olvidaba en solo cuestión de minutos. Mi hermano llegó a acompañarla en el auto dada su insistencia, ella decía muy segura "sí, yo te digo por dónde ir". Luego de unos minutos se quedaba callada, mi hermano manejaba de regreso a casa, y a llegar, Chela agradecía "el paseo".

Así las cosas. No creo que sea algo para burlarse en lo absoluto, pero confieso que había días que resultaba ser gracioso.

Regresando al día del escape, recuerdo que esa mañana recibí una llamada de mi abuelo quien amaneció enfermo. Se metió a bañar y a media ducha, escuchó la puerta de la casa cerrarse. Al salir, se dio cuenta que, como lo sospechó, Chela había escapado.

Y yo sabía exactamente a dónde había ido.

El día anterior, tenía la versión en su mente de que, "le dio la ropa a la señora que vive cerca del parque y sabe cocer para arreglara", así que le dije a mi abuelo que no se preocupara, vivo a solo una cuadra de distancia, así que yo iría a buscarla cual agente de la Interpol para regresarla sana y salva a casa.

Me dirigí sin dudar al parque que está a solo una calle y esperaba verla sentada por ahí disfrutando del aire fresco y la sombra de algún árbol, habiendo olvidado el verdadero motivo del por qué salió. Pero me equivoqué. Busqué huellas en el suelo de algún zapato talla 22 (sí, mi abuela es muy bajita) que me dieran una pista de la dirección a la que fue, pero no encontré nada.

Busqué en la primer calle que está después del parque esperando verla recorriendo viviendas cual vendedora de bienes raíces, intentando identificar "la casa de la costurera". Pero Chela tampoco estaba por ahí.

Comencé a preocuparme. El siguiente lugar probable era el templo de San Martín de Porres que estaba otra calle más allá del parque porque mi abuelita es súper religiosa y ha ido más veces a misa de lo que yo he ido a la escuela. Me convencí de que seguro la encontraría allí.

Intento tranquilizarme yo sola pensando en que, lo más seguro es que estará sentada escuchando la misa. Me acerco, subo las escaleras y me encuentro con algo un tanto surreal.

El templo tenía menos de 20 personas en él y en medio había un ataúd.

Estaban velando a un chico.

Lo sé porque, mientras buscaba con la mirada a mi abuela en las bancas del templo, el padre dijo algo referente a la vida, y a cómo, sin esperarlo, los jóvenes a veces son los que se van primero. Además, el ataúd era pequeño, apenas para un adolescente de 15.

Sentí muy raro. Yo estaba en medio de una misión que era encontrar a una señora de 81 años que no sabe en qué día estamos y asegura que aún es capaz de hacer todo lo que podía hacer hace una década mientras que una familia despedía a un chico que no había vivido ni la cuarta parte de su vida.

Muchos pensamientos me atravesaron por la cabeza. Sobre todo, los momentos en los que pierdo la paciencia con mi abuela, porque además de tener demencia, no escucha ni oye. No deja de hablar, no comprende muchas cosas y ha perdido la audición. Es necia con lo que dice y no hace caso a las recomendaciones. Todo el tiempo dice estar mareada y jura que el vértigo se le quita tomando leche. Agarra cosas, las cambia de lugar, las guarda en 3 bolsas de plástico y luego olvida que lo hizo. Siempre está sobre la señora que le ayuda a hacer el aseo porque cree que nadie mas que ella hace las cosas bien. Pregunta cosas cada 30 segundos y tiene la mala costumbre de hablar con comida en la boca. No respira por la nariz, por eso se le reseca la garganta y tose todo el tiempo. Se rehúsa a cenar bien porque dice que "ya está grande y no necesita comer mucho", pero a las 2 de la mañana se levanta a comer cereal, galletas, fruta y más leche. Arrastra los pies cuando camina y se agacha a recoger basuritas a pesar de que le decimos que deje de hacerlo porque se puede caer. Quiere aprovechar todo, no tira servillas hasta que cada centímetro cuadrado es usado, por una extraña razón se lleva el papel de baño de mi casa y ha llegado a usar el cepillo de dientes de todos los integrantes de mi familia jurando que es el suyo. Guarda las bolsitas de catsup que vienen en la pizza y se quedan en el refrigerador por meses. Sube comida al congelador "para después" y nunca la baja. Siempre quiere estar en la calle, con la familia, o cualquier lugar que no sea su cuarto. Y finalmente, todo el tiempo dice gracias. Aunque no sea necesario. Podrías decirle que vas a pintarle el cabello azul y ella te diría gracias. Todo el tiempo interrumpe a la gente diciendo gracias y no escucha lo que le explican, solo dice gracias.

Y a pesar de repetirlo tanto, me di cuenta que yo no he aprendido a hacer lo mismo.

Esta familia acaba de perder no solo a un ser querido, sino también las ilusiones y expectativas que tenían del futuro de este chico mientras que yo tengo la dicha de gozar de mis 2 abuelos maternos de más de 80 años y no he aprendido a decir gracias.

El día que mi abuela se escapó me di cuenta que cuando menos lo espere se me va a ir y no podré hacer nada para evitarlo. Me di cuenta que no tengo tiempo qué perder. Me di cuenta que es normal perder la paciencia, pero de nada me servirá enojarme día con día por las cosas que hace, y resaltar lo negativo todo el tiempo porque el día que ella no esté, me arrepentiré.

Porque me enojo por sus manías y malos hábitos, pero extrañaré todas las veces que en su casa me recibía con cariño. Me atendía, me servía la comida caliente con el buen sazón que solo ella sabía ponerle y no se sentaba hasta saber que no me hacía falta nada. Que ella siempre tenía servilletas y papel en su bolsa para limpiar cosas o para cuando fueran necesarias. Extrañaré todas las veces que buscó cosas con qué entretenerme en su casa, dándome libretas y lápices para dibujar. Extrañaré jugar cartas con ella. Extrañaré las veces que me regalaba aretes, muñecas, pelotas, collares y peluches. Todos esos detalles con los que me expresaba su cariño, con los que me expresaba que siempre se acordaba de mi. Todos los apodos que me decía, muchachita querida hermosa y encantadora, un amor acabado de nacer. Extrañaré los martes por la tarde en que llegaba a platicar conmigo media hora, y después se iba a visitar a sus amigas de la colonia. Extrañaré ver su cabecita asomándose por la ventana los domingos de tianguis con tamales en la mano para desayunar, o con una cajita llena de hotcakes que siempre le quedaban buenísmos. Extrañaré sus recomendaciones, sus consejos y las historias de cómo fue ser la primera de 18 hijos. Extrañaré escucharla decir "eres una excelente conductora, mereces un premio" 5 veces en 15 minutos cuando me tocaba manejar para ir a comer. Extrañaré cómo me escuchaba atentamente cuando le platicaba algo. Extrañaré sus te quiero, sus besos y sus abrazos.

Extrañaré tanto a mi abuela y me arrepentiré de las veces que pude evitar que se sintiera sola, pero no me molesté en visitarla o llamarla para saludar.

He aprendido, a través de este difícil proceso, que a la gente con demencia o alzheimer, se le debe tratar como lo que son: gente con demencia o alzheimer. No como niños. Muchos usan esta analogía porque los niños son algo caprichosos y no entienden muchas cosas. Pero los niños aprenden y crecen. Los adultos con esta condición, no. Y por más que expliquemos y queramos hacerlos entender, no lo harán, porque no pueden. Simplemente no pueden. Nosotros, "los cuerdos", "los sanos", tenemos que adaptarnos a ellos. No obligarlos a ellos a ser alguien que no pueden ser. Y por lo tanto, lo menos que podemos hacer, es transmitirles un sentimiento de gratitud y amor. Sí, ellos olvidarán todo, pero nunca van a dejar de sentir.


Salgo del templo. Volteo a la derecha. Veo a lo lejos una figura humana miniatura caminando hacia mi a unas 2 cuadras de distancia.

Era Chela regresando de con la costurera.

"¡Hija! Qué bueno que te veo. ¿Veniste por mi? Fui a buscar mi ropa pero no di con el lugar. Me da mucho gusto verte, ¿cómo supiste dónde estaba?".






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