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La historia que aún no sucede





El día de hoy les voy a contar una historia que aún no sucede.

No recuerdo la primera vez que fui acosada. Supongo que fue algo tan sutil que ni me di cuenta. Después, al crecer, lo empecé a notar: los chiflidos, los besos, los “levántate la blusa”... se volvió algo tan rutinario que perdí la cuenta de las veces que sucedía. Qué triste. Sin embargo, hay un día que nunca se me va a olvidar. 

Tenía yo 15 años cuando estaba en la parada de la ruta esperando el camión para ir a casa. Al subir, me senté pegada a la ventana como usualmente lo hacía porque consideraba un poco sangrona a la gente que se ponía en el lado del pasillo para ir solos en el camino. 

Un hombre se sentó a mi lado. Yo venía escuchando música, pensando en lo mío. 10 minutos después, me di cuenta que esta persona se venía masturbando a mi lado. 

Me quedé en shock total, un sentimiento de asco recorrió todo mi cuerpo, mis músculos se tensaron y sentía que toda mi espina dorsal se llenaba de líquido frío al tiempo que mi sangre se congelaba, anulando cualquier intento de moverme. Mis piernas se encogieron mientras mi garganta se cerraba y me quedaba sin aliento, sin saliva, sin entendimiento. Volteaba sutílmente pensando que todo era mi imaginación, pero el señor no paraba de tocarse. Y con cada movimiento suyo, yo me hacía cada vez más chiquita. 

Por fin me armé de valor y sin poder pronunciar ni una palabra me bajé dos paradas antes de la mía con el corazón acelerado, al borde del llanto, y unas inmensas ganas de querer entender el por qué. 

Claramente, no tuve una respuesta inmediata. Y ese suceso pasó como algo con lo que aprendí a vivir. Nunca le conté a mis padres porque no los quería preocupar. Porque sabía que, dada nuestra situación, era necesario que yo regresara a casa en transporte público. 

Hago una rápida pausa para pedirte a ti que me lees, que dejes de pensar en qué hora del día era, en qué ropa llevaba, y en cómo iba sentada. ¿Ya? ¿Ya dejaste de culpar a la víctima? Zas. Continuemos. 

Afortunadamente, no me he encontrado en una situación así desde entonces. 

Y el pasado 8 de marzo, en la marcha, hice un esfuerzo enorme por no llorar al ver el cartel de todas las mujeres desaparecidas, asesinadas, con casos sin resolver. Inevitablemente recordé esta historia que viví. La verdad es que me sentí muy suertuda. Porque a mis amigas las han acosado, y a una de ellas hace poco la siguieron, pero logró escapar. Y a pesar de todas las constantes amenazas a las que nos enfrentamos día a día, tengo a todas mis amigas y cercanas aún conmigo. Estoy agradecida con la vida por eso. 

Pero también significa una cosa. 

Estadísticamente, no falta mucho para que me toque. 

No falta mucho para que llegue al salón, encuentre una silla vacía y una compañera nunca vuelva a decir “presente”. No falta mucho para que una amiga no me vuelva a avisar por un mensaje que ya llegó a casa. No falta mucho para que ya no pueda compartir una comida con mi mamá, para que mi tía no llame para saludar, para que una maestra no me vuelva a enseñar, para que una secretaria no vaya a la escuela a trabajar. 

No falta mucho para que yo un día deje de escribir. 

9 feminicidios al día y no se resuelve ni un solo caso porque al día siguiente ya hay otros 9 qué investigar. 

Entonces, el día que suceda será un día como cualquier otro para mi, hasta que una camioneta se me acerque, hasta que un hombre me vigile, hasta que un monstruo decida tomar mi cuerpo y al apoderarse de mí, me arrancará los motivos para seguir, se llevará consigo mis sueños, y mis planes. Pero NUNCA mi satisfacción de haber luchado. 

El día transcurrirá tranquilo, con la normalidad que inició, con la normalidad en la que fui secuestrada o asesinada, y solo para mis seres queridos será un día de tormento y preocupación por mi ausencia. Mi celular mandará a buzón, mis amigas dirán que no me han visto y mi voz nunca será escuchada de nuevo. 

Seré sólo otro número rojo, otro cartel preguntando si me has visto, otro caso sin resolver. Pero seré una de tantas que decidió luchar por lo que le corresponde e intentó causar consciencia de cualquier manera posible. 

No me busquen porque el día que desaparezca va a ser el día que me muera. Porque prefiero pelear y perder la vida que terminar violada, en un prostíbulo, en una red de trata de blancas, en otro país, ser vendida como objeto a algún enfermo o ser drogada para no gritar auxilio cuando me saquen mis órganos uno a uno. 

Prefiero perder la vida porque en México ya perdí la libertad y la poca paz que quedaba. 

En mi casa nunca me enseñaron a ser violenta pero tampoco me enseñaron qué hacer en caso de que un wey se masturbara a mi lado en el camión camino a casa. Porque se supone que estas cosas no pasaban. Y ahora que pasan, siguen diciendo que nos cuidemos y tengamos precaución. Comparten videos de defensa personal y qué hacer en caso de que un Uber intente secuestrarte. Vaya estupidez. Ya sé que es mi responsabilidad cuidarme y no pido que me escolten 3 patrullas a casa. 

Pido que paren esta impunidad. 

Pido que dejen de normalizar el acoso. 

Pido que dejen de tratarnos como objetos y trofeos a tocar en el metro. 

Pido seguridad real en las calles para detener los feminicidios y homicidios. 

PIDO COSAS QUE NO DEBERÍA ESTAR PIDIENDO. 

Porque yo sí estudio y en mi casa sí se trabaja honestamente y se pagan impuestos, y se paga la luz y los servicios públicos a tiempo y se mantiene limpia la calle y nunca hemos sobornado a las autoridades para no pagar una multa. 

Mi familia y yo ya estamos haciendo nuestro trabajo como ciudadanos responsables. ¿Cómo tienen cara para decir que en vez de quejarnos, deberíamos de proponer al gobierno soluciones? Yo no estoy a cargo de la seguridad del país. Los que están fallando son ustedes. Los enfermos que nos acosan, los adolescentes que “rolan packs” y ven pornografía, los funcionarios públicos que no hacen su deber, los inútiles cuerpos de seguridad que no protegen a nadie y el descerebrado gobierno que solo está dirigiendo al país directo al carajo.  

Su actitud es cada vez más inhumana e insensible. 

“Lo hubieras golpeado. Lo hubieras expuesto. Yo hubiera gritado. Yo lo hubiera pateado…”. Nunca he hecho ninguna de esas cosas porque no están en mi naturaleza, y porque lo más seguro es que físicamente, no tenga posibilidades de reaccionar así. Pero ahora que sí me manifesto, canto, expongo acosadores, y grito mi inconformidad, vienen a decirme que “a los hombres también los matan y esas no son maneras”. A los hombres los matan otros hombres y no es por su género. A nosotras sí. Nos violan, nos matan y nos descuartizan por ser mujeres. Por no cumplir con sus enfermos deseos sexuales. Porque con todo el derecho del mundo dijimos “no” y decidieron aún así, tomarnos por la fuerza. 


No hay manera bonita de terminar esta historia. 

Y lo más seguro es que no me toque un México seguro. Harán falta muchas manifestaciones más. Muchos paros. Muchos movimientos. Muchas marchas. Muchas canciones. Y lamentablemente, muchas muertas más. 

Espero nunca sufrir de esta manera. Espero nunca me toque una historia así. Pero si pasa, no se sorprendan. Estadísticamente, es probable, y es real. 

Solo recuerden que luché con coraje, que grité con valentía, que amé, que viajé, que conocí, que odié. Que hice todo lo que pude hacer. Viví todo lo que pude vivir. 

Recuerden que fui muy feliz, y espero que a pesar de todo, ustedes también lo sean.


















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