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Mi primer amor fue todo menos eso



Las noticias me tienen abrumada y el miedo acorralada. Así que hoy les voy a hablar de mi primer amor.


Yo pensé que esa mítica figura del chico guapo, popular, alto, caballeroso y de gran físico que enamoraba a las chicas con solo pasar solo existía en las series de televisión y en películas para adolescentes. Pero cuando entré al bachillerato, se me apareció en frente, y yo cual Juan Diego, lo veía cual Virgen María.

Bueno, primero lo vi de lejos, y sí se veía medio de película. La mayoría de mis amigas concordaban con que era muy guapo. Yo dije que creía lo mismo, aunque nomás lo haya visto pasar por el otro extremo del campus. Luego lo vi de cerca, y mi opinión cambió. Se volvió más un “alto, bronceado y guapo”, pero de aquél capítulo de Bob Esponja.

No lo digo de una manera menospreciante, todos seguimos amorfos cuando recién entramos al bachillerato, seguimos en pleno desarrollo, en plena adolescencia, y si él era medio feo, ya se imaginarán cómo estaba yo: con lentes grosor fondo de botella retornable de vidrio y brackets apretadisimos para poder enderezar mis dientes chuecos y salidos. Ah, y tenis negros en vez del típico calzado escolar, con calcetas largas blancas, porque respetaba el reglamento, pero prefería la comodidad a verme bien (creo que eso queda más que claro).

Muchos seguimos agarrando forma, tanto física como mental, recién entrando a prepa, y todos tenemos unas expectativas altas y raras sobre lo que es el amor.

No diré que yo era “una chica diferente”, aunque no niego que cumplía con ciertos criterios: no me gustaba el maquillaje, ni los vestidos, ni las faldas, pero no leía ni me hacía la interesante y mucho menos era callada. Yo siempre he sido todo menos penosa.

A lo que quiero llegar con esto es que nunca fui la niña bonita pero tampoco fui la niña callada o escondida de la luz pública.

Y tampoco era la que tenía mucha suerte en el amor.

Nunca me gustaron las películas de princesa, aunque siempre soñé con un príncipe a mi manera. Que me quisiera así, como soy, sin cumplir con los estándares básicos de belleza y feminidad. La neta, yo sí tenía muchas ganas de tener novio, vivir esa experiencia. Pero a los 15 años todos los niños para mi estaban medio tontos. Medio inmaduros. Medio calientes y super indecisos.

Total, que el suficientemente alto-bronceado-guapo chico de mi bachillerato, extrañamente y en contra de mis aparentes posibilidades, se fijó en mí. Supongo que eso de ser diferente, jugó a mi favor. A parte sabía de deportes, y eso como que a los hombres se les hace increíble, no lo sé. Supongo que tendré que preguntarle qué le gustó de mi.

Íbamos en salones diferentes. Y a mi me gustó desde la primera vez que hablamos. Después de la segunda o tercera me di cuenta que igual no era el príncipe que quería, pero sí el que mi imaginación me insistía en que debía tener.

La cosa es que, a pesar de los acercamientos en periodos escolares, en vacaciones se desaparecía. Qué digo vacaciones, en el fin de semana también: no teníamos contacto, no nos mensajeábamos, no le gustaban las redes sociales, no hablábamos en lo absoluto, era más probable que aprendiera química a que me invitara a salir (un saludo a la maestra Rosalba que me ayudó a no reprobar esa materia).

De nada me funcionaba hacernos reír y charlar pocos minutos en el receso (cuando tenía la suerte de verlo) si perdíamos contacto por tanto tiempo. Recuerdo que hubo un momento en que hasta le perdí interés, y en una fiesta de la escuela, estando con él me sentía incómoda, y enojada, no sé por qué. Inesperadamente, me encontré a un amigo de la secundaria a quien no veía desde hace mucho, y al saludarlo de forma un tanto eufórica e irme con él a platicar, aparentemente le dieron celos a nuestro alto-bronceado-guapo primer amor.

No niego que una parte de mi sintió gusto al enterarme de esto. Ya ven, los adolescentes y su trastornada visión del amor. Igual, nunca supe si fue totalmente verídico. ¿Para qué me hago mensa? yo lo quería, a pesar de todo. Sin embargo, nomás no se me daba.

Incluso me llegué a enterar por amistades cercanas que había alguien más. Mi corazoncito lleno de ilusiones y buenas intenciones se agrietó. Pero oh sorpresa, no funcionó. Así que entre haciéndome la difícil y en secreto muriéndome de ganas, noté que el viento comenzaba a soplar a mi favor.

No me lo creerán, pero la ilusión y espera me duró TRES SEMESTRES ENTEROS. Tuvieron que pasar casi 18 meses para que, por fin, sucediera algo palpable entre nosotros.

Llegó otoño y las cosas parecieron tomar rumbo. Y salimos. Me acompañaba a tomar el camión saliendo de la escuela. Nos tomamos de la mano. Fuimos al cine. Convivió con mi familia. Me morí de pena. Me morí de risa. Me acompañó a un partido. Me regaló flores. Comimos juntos. Y a pesar de que las manos me sudaban y sentía que el corazón se me salía del pecho, una tarde de noviembre nos dimos el primer beso en el carro de su papá.

(Su papá no estaba ahí con nosotros, ¿ok?, le prestaban el carro.)

No lo voy a detallar porque si indago en mi memoria me daré cuenta que seguro fue algo incomodísimo y prefiero guardarlo como un bonito recuerdo.

El sueño se me estaba cumpliendo.

Pero no tardé mucho en despertar.

Llegaron las vacaciones que por fin creí que serían diferentes y sucedió todo lo contrario. No hablábamos mucho como pensé que lo haríamos, y cuando quedamos de vernos me canceló poco antes de la hora acordada 2 ocasiones seguidas.

No pasó mucho para que quedáramos en “hablar” y nos vimos en un parque cerca de mi casa. Tuvimos el típico discurso de chicos de prepa: él no estaba listo y creía que yo merecía algo mejor, pero yo no quería algo mejor, yo lo quería a él, y él prometió trabajar en sí mismo para estar bien y luego “volver por mi”.

Spoiler alert, no lo hizo.

Pero no se preocupen. Yo no lo esperé.

Ah pero sí me la pasé triste, cómo no, eso no lo niego. Estaba bien agüitada. Creo que fue la primera vez que escribí poemas por tener el corazón roto.

Él se fue, y yo me quedé llena de ideas. Igual que la primera vez que hablamos.

Pasaron los días, llegó la navidad que yo creí por un momento que podría compartir con él pero en vez de eso estaba en una cena familiar intentando convencerme de que soy bonita y merecía algo mejor. Incluso cuando lograba distraerme, al final del día no podía evitar pensar en lo que había pasado. Cómo era que todo se había esfumado.

Me sentía muy chiquita. Muy solita. Y a la mañana siguiente, en una libreta roja escribí:

“Ayer fui de compras con mi mamá y me regaló 2 pantalones de mezclilla. Me sentía muy feliz. Pero unas horas después me acordé de aquello que me entristece y no podía animarme. Aunque me pusiera a pensar en mi ropa nueva, lo material no puede llenar el espacio que antes ocupaba él.”

El 14 de febrero me mandó un ramo de rosas anónimamente en la escuela, aunque yo sabía perfectamente que habían sido de su parte. Igual, ya no nos dirigíamos la palabra. Supongo que fue su manera de pedir perdón.

Creo que todo mundo ha vivido una historia así. Mi primer amor fue todo menos eso porque yo estaba alimentada de las ilusiones que nos venden las películas pero sobretodo las redes sociales donde salen veinteañeros que son realmente altos, realmente bronceados, y realmente guapos con parejas igual de atractivas y 17 veces más delgadas que mi pierna derecha, sin mencionar la cuenta de banco sin deudas y las fotos de revista.

A los 15 años yo no quería un cuento de hadas, yo quería dar todo el amor que tenía y en el fondo, una relación de Instagram. Pero de eso no se trata. Tenía la urgencia de alguien y en la búsqueda me dejé a mi misma solita.

Mi primer amor fue algo fugaz pero especial. Quiero aplaudir a la Ilse que no se dejó llevar por cualquier chico que la viera bonito, porque pretendientes tenía. Ella quería esperar al correcto. Vaya ironía cuando pensó que el correcto fue el primer güero que se le paró en frente y mandaba señales confusas pero podía formular oraciones completas que la entretenían además de ofrecer atención a lo que decía y la hacía sentir que eso era amor. Pero a veces imagino que así tenía que suceder. Los dos teníamos que aprender.

No lo culpo de nada. Éramos adolescentes jugando a ser adultos. Yo me ilusioné mucho por los pequeños detalles en vez de ver la realidad. Después de un tiempo, se enamoró de una amiga y genuinamente les digo que me dio felicidad verlos felices juntos. Luego yo me enamoré de alguien completamente diferente a él y también sentí lo que realmente es el amor.

Recuerdo las torpeces que cometimos y me da una mezcla de nostalgia, ternura y pena ajena. Ya no está tan güero, tal vez muchos no crean que es guapo, pero es sumamente inteligente, maduro, capaz de hacer muchísimas cosas que no cualquiera podría y yo siempre le tendré mucha admiración, respeto, pero sobretodo cariño.

Aprendí mucho de él. Espero él haya aprendido algo de mi. Estoy casi segura de que me está leyendo, y si es así, un saludo licenciado, perdón si mi papá o mi familia en general te hicieron sentir incómodo más de una vez. Te deseo siempre lo mejor. Y aunque algún día engordes y te quedes calvo, yo siempre te voy a ver como el chico alto, bronceado y guapo que conocí en la prepa.


Clase de inglés, 4to semestre. Aquí ya no tenía brackets, tampoco estaba enamorada y no era mi cumpleaños. Pero seguía siendo una payasa.

Emilio y yo. Él no fue mi primer amor, pero es un buen amigo y nos vemos bien.

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