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La vida que siempre deseé





Yo había deseado tener una vida como la que llevo en la cuarentena, antes de que sucediera.

Dada mi mente acelerada, le he tomado un cariño enorme a establecer un rutinas que me ayuden a mantener los pies en la tierra: despertar, ejercicio, comer, leer, escribir y crear. Lo único que interrumpía mi sueño organizacional era la escuela. Recuerdo quejarme hace 3 meses sobre todas las horas que pasaba en un salón de clases o haciendo tarea en vez de poderme dedicar a lo que realmente me gusta.

Soñaba con lo que precisamente, duré haciendo las últimas 6 semanas seguidas: contenido. No niego que desde pequeña tenía aires de querer ser famosa, pero desde hace un buen tiempo he encontrado una satisfacción fascinante en escribir, y hacer videos, en el amor al arte y el proceso de crearla, ya no tanto en ser la siguiente Shakira.

Sin embargo, algo que he aprendido es que no es fácil, sobretodo, porque a veces no quiero. Ah, y porque es más difícil estando en plena pandemia. Por cierto, ¿han visto como ahora le agregamos esa frase a todo lo que decimos y suena dramático? “cociné pavo, en plena pandemia”.

Yo inicié a hacer videos cuando tenía como 11 o 12 años. Era fan de Werevertumorro, Yayo Gutierrez y Sandy Coben. Yo, como ellos, quería expresar lo que pensaba y lo que sentía mediante videos, monólogos y música.

Escribía puntos claves sobre qué hablar, grababa a escondidas de mis papás porque me daba pena, mi tripié eran mis cajas de zapatos apiladas y mi cámara era una Fujifilm digital que me adueñé cuando mi mamá regresó de su viaje a Estados Unidos con 500 fotos de sus sobrinitas, muchas, con su dedo tapando medio lente.

No compartía mis videos a mis amigos ni familiares, solo los hacía y los publicaba. Y de las pocas visitas que tenía, seguro la mitad eran mías, porque simplemente amaba ese proceso de crear algo que pudiera ser escuchado, aunque al final del día, nadie estuviera ahí para oírme. Solo yo.

Luego, me regalaron un celular Nokia rojo que tenía botones laterales para reproducir música y los ojos me brillaron cuando vi que podía grabar videos con él. Me gustaba porque le podía poner pausa a mitad del video y hacer efectos de aparecer y desaparecer, además de que aún no descubría Movie Maker.

Después encontré un amigo (en la vida real, no solo en comentarios de YouTube), que vive cerca de mi casa con quien compartía el interés de crear historias y subirlas al internet. Juntos pasábamos tardes enteras grabando todo lo que se nos ocurriera, nos hacíamos historias en la cabeza, personajes acorde a nuestras personalidades y aunque aún tengo algunos de estos videos, no creo poder verlos de nuevo. Me explotaría la cabeza de vergüenza y al mismo tiempo, de nostalgia.

Pasaron los años, borré los videos y mis 3 canales (ni siquiera recuerdo por qué tenía tantos), a fin de cuentas todo era una niñería. Pero las ganas nunca desaparecieron.

Luego de superar mi baja autoestima y mi dura autocrítica, retomé este proyecto de pensar, planear, crear y compartir. Mi voz interna fue más grande que mis miedos y desde hace casi 2 años, he regresado a lo que tanto me llena.

Y cuando supe que ya no tendría escuela gracias a un virus, una parte de mi se sintió secretamente feliz: más tiempo para desarrollar ideas, pensé.

Así fue como pude crear escritos y videos por las últimas 6 semanas seguidas. Estaba viviendo como quería, con la única diferencia de que sigo siendo mantenida por mis papás y estoy en plena pandemia.

Sin embargo, el encierro cobró sus cuentas y he perdido la cabeza un par de veces. Siempre estaré agradecida con mi familia que me ayuda a levantarme, a despertar de la pesadilla momentánea que mis pensamientos a veces crean de la nada.

Estaba viviendo como quería pero había olvidado que hay días en los que no quiero hacer nada. A veces no quiero escribir. A veces no quiero grabar. A veces no quiero pensar. Y eso es lo más difícil. Porque todos te hablan del amor al arte y de la pasión y la ambición y el éxito, pero nadie te dice que hay días en los que no querrás hacerlo. Claro, algunos no estarán de acuerdo, pero no conozco un humano que no haya, al menos, dudado un día sobre hacer o no hacer lo que le apasiona.

Porque a veces, con o sin pandemia, simplemente no hay motivación ni energía, a veces es difícil.

Pero es necesario.

Yo sé que darse días de descanso y pausas en las horas de trabajo ayudan a mejorar la productividad, pero esa falsa idea de hacer las cosas “solo cuando te nacen” crea un escenario lejano, imposible e incluso te llena de culpabilidad.

Las mejores películas y las mejores sagas de libros no se planearon “solo los días en los que les nació hacerlo”. Se hicieron a base de intentos, correcciones, y arduo trabajo.

Y con esto no quiero predicar este mensaje capitalista de “TrAbAjA dUrO y SeRáS mIlLoNaRiO, aPrOvEcHa Tu CuArEnTeNa Al MáXimO” porque yo llevo trabajando duro más de un año, sigo sin recibir un solo peso, he sido muy productiva en el encierro y eso no me ha prevenido de sentirme, en ocasiones, miserable.

Pero en general, soy más feliz.

(Con general me refiero a el último año y medio, no precisamente en la cuarentena.)

Idealizamos mucho nuestros sueños, el dinero, el éxito, y olvidamos lo que a veces requiere: hacer lo que debes hacer, así no quieras hacerlo.

Y más importante aún, olvidamos el verdadero sentido de ser feliz. Te lo digo yo, que no tengo dinero, ni fama, ni carros lujosos, ni mansión en las afueras de la ciudad: de nada nos sirve tener dinero si no podemos hacer lo que realmente nos gusta.

Quién sabe, igual y cuando tenga 80 años seré pobre y culparé a todos, incluyéndome, de mi falta de éxito en el ámbito profesional. O puede que sea millonaria y a la vista de medio mundo no me falte nada, pero sea tan infeliz por dentro, que ninguna posesión material podrá mantenerme a flote.

Sin embargo, en los dos escenarios (que ahora que los analizo, suenan muy negativos), me quedaré con algo esencial: mi memoria y mis recuerdos (claro, si no heredo la demencia de mi abuela materna o el alzheimer de mi abuelo paterno), ¿hice realmente las cosas que quise y que me hicieron feliz?

¿Qué quiero recordar cuando sea grande? Tal vez recuerde cómo en aquella pandemia pasé varias semanas siendo productiva, feliz, haciendo lo que me gusta, compartiendo al mundo mis creaciones y a solas lidiando con esta extraña presión que a veces existe en mi cabeza la cual no me deja respirar bien ni descansar cuando duermo.

Tal vez recuerde lo mucho que empecé a leer y a escribir porque esa era la única manera en la que podía descargar un poco el peso de mi mente y moldearlo como si fuera mármol hasta crear lo que yo consideraba algo cercano al arte.

Tal vez recuerde lo mucho que me esforcé y lo satisfecha que estaba de crear cosas que pudieran reflejar aunque sea una parte de lo que siento.

Conseguir lo que quieres siempre va a requerir trabajo duro y esfuerzo, incluso cuando no quieras hacerlo. Lo importante aquí es, que si no disfrutas el proceso de conseguir lo que quieres, una vez que obtengas eso que tanto añoras, posiblemente seguirás igual de vacío. 

Criticamos el éxito basado en fama y dinero porque no lo tenemos, y anhelamos una felicidad que no es tan difícil de conseguir como creemos.

Ya es como la octava o novena semana desde el aislamiento social, sigo publicando un nuevo texto cada Miércoles y un nuevo video cada Domingo o Lunes a pesar de los bajones o días grises, y esto me hace sentir exitosa. Porque no trabajo duro para hacerme millonaria o famosa, trabajo duro en las cosas que me gustan porque me hacen feliz.

Claro, quiero vivir de mi arte, pero aunque no lo logre, lo seguiré haciendo, porque desde un inicio el objetivo no era que me trajera mucho dinero, era tener felicidad. Porque la niña que quería hacer videos a los 12 años sigue viviendo en mi. 


Sigo sin ganar dinero de mis videos, pero el proceso de crearlos aún me llena el corazón como el primer día, y espero siga siendo así por muchos años más.


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