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Hogar Temporal



Jamás pensé que le relataría el día más triste de mi vida a 3 personas que solo horas antes, quería ahorcar.


Uno creería que las cosas más íntimas las compartirías con personas tan allegadas a ti, que conocen desde tu comida favorita hasta el tipo de calzones que usas. Esas personas que conoces desde que tienes uso de razón y se vuelven tu familia por elección.

Pero nuevamente la vida juega a sorprenderme y un día, sentada con la mirada perdida en el arrepentimiento en el aeropuerto de la ciudad de Monterrey, me lamentaba de abusar de la confianza que desposité en mi misma y en los 3 individuos con los que me aventuré a la ciudad norteña para disfrutar de un festival de música, sin imaginar que al día siguiente de reír, bailar y brincar, perderíamos nuestro vuelo de regreso a casa.

Mientras la señorita de la aerolínea nos explicaba que simplemente habíamos llegado demasiado tarde, y que el vuelo siguiente costaba el cuádruple de lo que nos quedaba, mi cara se ponía roja de furia al tiempo que 2 de mis amigas reían sin parar por lo sucedido, supongo que fue del nerviosismo de saber que no había nada más que hacer.

El único vuelo que estaba dentro de nuestro presupuesto era exactamente 24 horas después, y con el poco dinero que nos quedaba, teníamos que decidir entre dormir en una cama o comer gorditas y dormir sobre nuestras maletas.

Me tomó 2 horas analizar las cosas y bajar mis niveles de enojo. Recapitulando todo, llegamos a la terminal incorrecta porque una de nosotros dijo una letra sin estar segura, y de todas maneras, nadie la sabía. Otra estaba súper calmada diciendo que podíamos abordar el avión incluso 1 minuto antes de que cerraran las puertas porque era vuelo nacional y no era la gran cosa. El único varón que nos acompañó en el viaje olvidó hacer check-in desde el celular, ¿y yo? yo insistí en ir a la plaza antes de partir porque quería comprar un suéter que al final ni encontré.

“Dios los hace y solitos se juntan”, ¿no?. A fin de cuentas, luego de unas llamadas y pequeñas mentiras a mis papás, las cosas se arreglaron en lo que cabía y no nos quedaba mas que esperar al día siguiente.

Nunca imaginé que el momento en el que sentí tanta furia, valdría tanto la pena. No solo fueron las risas y las anécdotas que compartimos y escribimos en ese momento, sino que, adentrándonos en la madrugada, tocando temas sentimentales, algo dentro de mí me dijo que todo estaba bien. Que en ese momento podía confiar en ellos. Que no importaba si nos dejábamos de hablar en un año, o si luego de un tiempo nos peleáramos, o si con el paso de los años perdíamos el contacto.

El típico estereotipo del mejor amigo a quien le cuentas absolutamente todo de ti es relativo. Creo que podemos hacer conexiones profundas con las personas que menos imaginamos, y todo, porque en un momento exacto estaban en la misma sintonía.

En ese momento todo estaba bien, incluso lo que estaba mal. Todo estaba en su lugar y fui capaz de abrir mi corazón y mis recuerdos a 3 individuos que tuvieron la confianza  de escucharme y de compartirme algo similar.

No espero que toda la vida recuerden a detalle lo que les conté, porque para mi lo importante fue lo que me hicieron sentir en el momento: como si hubiera encontrado un hogar temporal en el que no iba a ser juzgada, sino acompaña y comprendida. Todo, en aquél suelo frío del aeropuerto internacional que entre sus blancas paredes nos vio crear un vínculo genuino en solo 24 horas.


Fue completamente inverso a sentirme en la película de “Las ventajas de ser invisible”: no me sentía infinita. Me sentía mejor. Me sentía real.



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