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Las nubes me comprobaron que el destino no existe

Dejé de creer en el destino cuando comencé a enamorarme de las nubes. De su inmensidad y su manera de ser tan espontáneas. De su manera de moverse lentamente hasta invitarme a pasar horas encontrándoles figuras.

Y es que hace poco comprendí que por naturaleza el ser humano le busca significado hasta a lo que no tiene sentido y es por eso que cuando miramos al cielo yo veo un dragón y tú un bebé.

Y por esa misma razón tú creerás que escribí dragón para hacer alusión a una metáfora y te preguntarás si hay algo más allá de la palabra bebé. Si todo es coincidencia o es el destino haciéndome escribirlo porque algo te quiero dar a entender.

Puede que lo sea. Puede que al mirar el cielo busque instrucciones a mis sueños lejanos que busco hacer realidad. Puede que repase una y otra vez las nubes esperando encontrar respuestas sobre a dónde dirigirme o si debo esperar.

Puede que inconscientemente busque señales concretas en superficies gaseosas y cambiantes que solo logro agujerear al dispararles con la mirada día con día, que proyecte mapas a seguir que nunca existieron realmente para después recitarme el discurso de que nací para el éxito y todo saldrá como debe salir porque una fuerza superior escribió mi destino y mandó señales divinas a través del cielo para indicarme mi camino.

¿Pero y si no?

¿Y si vivo como villano y no muero como héroe?

Y si nada de lo que creo que me espera sucede, si nada de lo que siembro florece, si la lluvia que tanto espero no aparece para sanar las heridas y borrar las cicatrices que escriben sobre mi cuerpo “todo valdrá la pena” marcadas a lo largo del camino que he seguido para cumplir el famoso destino que la voz interna de mi cabeza algún día me prometió.


Supongo que entonces, dará igual.

Y por eso prefiero ver las nubes y encontrarles formas distintas para comprobar que el destino no existe, que pasará lo que tenga que pasar, y mi única tarea es disfrutar el cielo, la poesía, y el mar.



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