“Te traje un regalo” me dijo mientras sacaba una pulsera y me la ponía en la muñeca, “es de color verde porque sé que es tu color favorito.”
Me le quedé viendo con una sonrisa. “Mi color favorito es el negro”, le dije.
Básicamente todos vivimos el amor de diferente manera y creo que eso lo hace interesante. Antes pensaba y compraba aquél discurso de que, cuando amas a alguien, sabes todo de él o ella de memoria, como su canción favorita, su banda preferida, de qué número calza, el nombre de su primer mascota, y claro, su color favorito. Y solemos creer que serán cosas que, posiblemente, nos gusten también en alguna medida.
Y no sé si tal vez soy terrible para recordar datos específicos pero veo el amor como veo las películas: memorizo la trama, analizo las sensaciones, siento los problemas, comprendo los colores y escucho detenidamente la música. Pero nunca aprendo el nombre de los personajes principales.
Entiendo que posiblemente no haga mucho sentido. A veces recuerdo detalles inútiles y olvido su segundo apellido. Pero no puedo borrar el recuerdo de lo que siento o sentí: la confianza, el cariño, la atención. A veces el amor viene disfrazado de una persona totalmente diferente a ti.
Igual y todos esos detalles que se supone “tenemos que saber” son solo datos que vienen y van, variables que no crean gran diferencia e incluso pueden cambiar con el tiempo. Pero la sensación de cercanía, el nerviosismo del primer beso, el abrazo que secó las lágrimas en mis mejillas, las canciones que cantamos a todo pulmón bajando la avenida, el olor de aquél desayuno que preparaste, el enojo cuando perdiste las llaves que más tarde recuperaste, la vez que un policía nos corrió del parque, las horas que has pasado escuchando mis problemas hasta tarde…
Todos vivimos el amor de distintas maneras a cada paso. Es lo bonito, es lo interesante. El hecho de que me compraras una pulsera porque era verde, y a mi me terminó gustando más porque tenía negro y ni lo notaste.
Comentarios
Publicar un comentario