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La mañana del 30 de octubre

 

   
    Estaba entre dormida y despierta cuando te sentí.
    Fue una semana cansada y larga. No me sorprende haber dormido tanto y sin interrupciones. Tampoco me sorprende seguir pensando en ti.
    Ayer abracé nuestras fotos por última vez antes de guardarlas en un rincón oscuro y escondido, mas no olvidado. Me acordé de cuando abrazaste la caja que tenías llena de mis cartas, y de cuando nos convencimos de que una sentía lo que la otra.
    Hoy, te sentí.
    Fue maravilloso y tristemente nostálgico. Yo estaba acostada boca arriba con mi cabeza ligeramente inclinada a la derecha. Estaba entre dormida y despierta cuando te sentí acurrucarte encima de mi. Ya había amanecido, la luz entre mis cortinas me cantaba, y sentí la presión de tu cara hecha de algodón contra la mía. Mis mejillas se apachurraron con las tuyas, e instintivamente alcé los brazos para unirte a mi calor.
    Lo sabía. Lo sentía. Eras tú.
    Pero me detuve con los brazos alzados. También sabía que no estabas aquí.
    Los dejé extendidos por no sé cuánto tiempo, porque aunque lo que más quería era abrazarte, sabía que solo encontraría aire, y que tu peso se desvanecería al intentar atraparte.
    Yo quería dejar reposar tus penas en las mías todo lo que fuera necesario. Ser tu lugar seguro una vez más. Pero mi deseo siempre ha sido más fuerte que mi razón, y estos brazos que intentaron cuidarte y solo te lograron sofocar, hicieron que nuevamente huyeras de mí.
    Abracé todo lo que me dejaste.
    Abrí los ojos. 10:30 am y el cielo gris.
    ¿También sentiste eso?
    Quisiera espiarte. Buscar entre tus notas y tus diarios los recuerdos de la mañana de este 30 de octubre y saber si todavía las cosas son como nos prometimos. Quiero recorrer tu cuarto como fantasma en un día que no estés presente para buscar con prisa, señales de que, para ti, todavía existo. Que no solo soy este reflejo en mi ventana, en el único cuarto con luz del edificio, que alucina con tu tacto y con la idea de que aún me piensas. De que aún me sientes.
    ¿Habrás estado abrazando a alguien más?
    Quiero convencerme de que lo hacías. De que esta mañana, despertaste con otro cuerpo divertido y desinteresado, descolorido y sonriente, con ese sabor que expira en menos de 24 horas y ese calor vacío que nunca emanará la fuerza con la que yo te acaricié.
    Te recargaste en su cara, no en la mía.
    Pero fui yo quien te sintió.
    Buenas noches, nos sentimos mañana.

 





 

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